Ahora, lo veo todo con otros ojos. La vida
dejó de tener sentido para mí, y la oscuridad es ahora mucho mas atractiva.
Pero dejadme que os cuente cómo
empezó todo. No se cuanto tiempo ha pasado desde ese primer día, pero lo
recuerdo como si lo hubiera vivido ayer. Me levanté pronto, como siempre. Tras
un aseo rápido, casi mecánico, salí de casa con prisas, sin tiempo para tomar
un café y despejar mi cabeza. El camino hasta el trabajo dura unos 10 minutos,
y siempre observo lo que ocurre a mí alrededor. Un camión de reparto
descargando en un supermercado, un joven caminando con el cigarro en la boca y
el móvil en la mano, un anciano paseando con el periódico recogido en el brazo.
Pero algo llamó mi atención especialmente. En un callejón, normalmente ocupado
únicamente por dos cubos de basura y suciedad, había una mujer. De pie en el
centro del oscuro pasaje, me observaba fijamente. Pelo negro hasta los hombros,
enmarañado y sucio, piel quebradiza y arrugada por el tiempo y la inclemencia,
ropas grises y holgadas, demasiado grandes para un cuerpo menudo. Y una mirada negra, oscura. Pude sentir sus
ojos clavándose en mí hasta que finalmente doblé la esquina. Intenté no darle
importancia, aunque esa mirada me estuvo siguiendo durante toda la mañana. Al
volver a casa, ella ya no estaba, pero aún podía percibir su figura,
atravesando mi alma.
La mañana siguiente volvió a
aparecer. De nuevo me miraba, sin inmutarse siquiera, y volvía a erosionar mi
mente con esos ojos perturbadores, de
nuevo el callejón estaba vacío por la tarde.
Los días se iban sucediendo, y ella
aparecía todas las mañanas. No me atrevía a acercarme, pero tampoco cambiaba mi
ruta, esperando que algún día no estuviese allí.
Una noche me desperté, sudando, con
esos dos pozos negros grabados en mi mente, impasibles. Me vestí rápidamente, e
ignorando toda lógica, bajé a la calle, en busca del callejón. Las farolas no
podían dispersar la densa oscuridad de esa noche, mientras yo me acercaba con
pasos vacilantes hacia mi objetivo. Finalmente, pude ver su silueta, como
siempre, erguida en el medio. Todo mi
cuerpo se estremeció, mi mente gritaba por correr en dirección contraria, pero
resistí a mis impulsos y seguí avanzando. Un pie, luego el otro. Estaba cerca.
Podía notar sus ojos cada vez más intensos, buscando mi corazón. Llegué hasta ella, estábamos cara a cara.
Pude fijarme en su rostro por primera vez. Una cara extremadamente delgada, con
todos los huesos marcados y los pómulos altos. Los labios agrietados y resecos,
el pelo en caída flácida sobre los hombros. Las arrugas surcaban su
rostro…….pero al mismo tiempo se presentaba liso e inmaculado, dos caras
superpuestas en una misma, joven e inocente, vieja y frágil. No se cuanto tiempo estuve frente a ella,
pero cuando no pude soportar más su mirada, finalmente hablé:
-
¿Qué
quieres de mí?
No respondió. Continuó mirándome sin pestañear,
sin gesto alguno en su rostro. Aquella mirada estaba destrozándome los nervios
y el alma, minando mi valentía. Era más de lo que podía soportar.
- Maldita
sea, ¡que es lo que quieres!- Grité a la mujer, sin poder contener mas los
nervios.
Finalmente, alzó levemente la cabeza. Fue un
gesto casi imperceptible, pero bastó para hacerme retroceder. Una voz joven y
anciana, áspera y suave, me habló.
- Voy a enseñarte la verdad.
Retrocedí mas aún, asustado, con su voz
clavándose en mis oídos. Llegue a la entrada del callejón, y para mi horror, vi
a la mujer avanzar hacia mí. Despacio, sin precipitarse. Yo no podía moverme
del sitio, algo me lo impedía. Estaba cautivado, ya era tarde para irme. A
medida que avanzaba, el temor aumentaba en mi interior. Detrás de ella,
avanzaba otra figura, a su mismo paso. Poco a poco pude verla mejor, era otra
mujer, con la piel de color gris, totalmente desnuda. Creo que grité. Era una
visión demasiado horrenda, los ojos humanos no están preparados para eso.
Avanzaba siguiendo los pasos de la mujer del
callejón, al mismo ritmo, pero sin emitir sonido alguno. Su piel gris, estaba
totalmente profanada por cortes negros siguiendo la silueta de las
articulaciones. Caminaba encorvada hacia delante, una parodia del andar humano,
grotesco y nauseabundo. Su cabello, totalmente negro, caía lacio y pesado. Pero
fue su rostro lo que sobrecogió mi corazón y casi me lleva a la locura. Su boca
estaba cosida irregularmente con un hilo negro y grueso, pero esta se extendía
hasta casi las orejas, como un terrorífico payaso gris. Sus ojos….. Si a eso se
le pueden llamar ojos. Donde debería tener las cuencas, no había nada. Solo
oscuridad, absorbente, negra y desgarradora.
Todo su cuerpo estaba unido por hilos negros a
la cabeza de la mujer, la cual no parecía darse cuenta de nada. Aquella
criatura no dejó de mirarme en ningún momento, pero yo no podía moverme ni
apartar los ojos de aquel horror. Siguió avanzando, alejándose de mí, mientras
su compañera gris seguía mirándome, con el cuello retorcido y aquella espantosa
sonrisa cosida.
Pasaron
varias horas desde que las perdí de vista, antes de que pudiera reaccionar. Caí
de rodillas, y lloré. Me arrastré hasta el callejón, y encogí mi cuerpo
agarrándome las rodillas con ambas manos, mientras a mi alrededor amanecía. Escuché
pasos en la calle, y pude ver a un hombre trajeado avanzar con su maletín, con
prisa. Pero detrás de él, unido a su nuca por hilos negros, había otra figura
gris, encorvada. Estaba mirándome, avanzando grotescamente al paso de su
titiritero, con sus pozos negros apuntándome, y su sonrisa fija destruyendo mi
cordura. No pude ni gritar, solo podía agarrarme las rodillas con fuerza, mientras
el horror pasaba ante mis ojos.
Todas las personas que pasaron delante del
callejón, tenían detrás una criatura gris, mirándome. Sentía como la razón
escapaba de mi cerebro, y la vida moría en mi interior. Nadie se dignó a
mirarme, durante las horas que permanecí sentado sin poder moverme.
Una terrible idea asalto mi maltratada mente,
como una explosión de horror. Lentamente giré mi cabeza, con temor y deseando
que no fuera cierto. Vi un hombro gris… Una cabeza gris…. Una sonrisa cosida…. Unos
pozos negros observándome… Creo que el último atisbo de cordura escapó de mí en
ese momento. Solo una idea atravesaba mi cabeza.
Lentamente, me erguí. Mis pies me llevaron
hasta el centro del callejón, donde esperé pacientemente. Pronto, unos ojos al
otro lado de la calle repararon en mí, me observaron con curiosidad y temor.
Finalmente se perdieron de vista, pero la misma idea seguía grabada a fuego en
mi interior. Una idea sencilla, reconfortante, que hacía soportable la pesada
carga que mi alma sentía:
- Voy a enseñarte la verdad.