Hay una mirada que, perdida en el
mar, espera su turno, paciente, contando lágrimas. Cuando este llegue, su
corazón latirá de nuevo, para convertirse en cenizas y renacer de ellas como un
fénix moribundo.
Deberá ver, oír, y decidir su
camino. Quizá viaje al hogar de Manrique y, de valle en valle, se cruce un buey
con mala estrella, para acabar sollozando en el cuarto de atrás. Su sonrisa
alimentará el hambre, que servirá para atraer a los leones. Ellos, una vez
satisfechos, esperaran su turno, pacientes, contando lágrimas.
Aún así, continuará su avance,
inexorable búsqueda con mil voces y ningún sonido. Cortando el aire,
invisibles, el blanco y el negro volaran decididos, y su luz alimentará el
hambre, que servirá para atraer a los buitres. Ellos, una vez satisfechos,
esperaran su turno, pacientes, contando lágrimas.
Pronto escuchará la música, y querrá
seguir su melodía. Poco a poco se tornará frenética y fría, llenando de vacío
el alma de su portavoz. Destruirá la razón y alimentará el hambre, que servirá
para atraer a los chacales. Ellos, una vez satisfechos, esperaran su turno,
pacientes, contando lágrimas.
Cuando sienta que el final esta
cerca, abrirá los ojos por primera vez para poder tocar, extenderá sus manos
para oír, y preparará sus oídos para poder ver. Finalmente, sabrá que es un
naufrago tratando de conservar su calor, una sola hora pintada de lila, un
libro manchado de recuerdos. Comprenderá quien es y alimentará el hambre, que
servirá para atraer una mirada. Ella, una vez satisfecha, abrirá sus ojos, paciente,
y naufragarán juntos, sobre un mar de lágrimas.
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